Al mar le pregunté por tu sonrisa
tallada en caracola reluciente,
que embriaga de mirarla y que cruelmente
me mata con sus besos y su risa.
Al cielo cuestioné sin cortapisa
si el brillo en tu mirar es inocente
y un gozo en mi futuro está presente
si en ellos, mi reflejo se divisa.
El céfiro me arrulla con su canto,
la luna, luz de plata, me saluda,
y un sino de dolor, de desencanto
pernocta fustigándome la duda.
La noche, fiel testigo de mi llanto
sabía que la luna va de muda.
El Armador de Sonetos.