
Recuerdo estar absorto en mi lamento
la noche que la luna me cernía
su nácar celestial, y el pensamiento
de nuevo su figura invocaría.
Cabalgo desbocado por el viento
en pos de aletargar con osadía
al alma que palpita sin aliento
buscando en su perfume la ambrosía.
Aún y que los años ya los siento
fustigo con ahínco y gallardía,
permuto mi placer en sentimiento
ajeno a cometer una herejía.
Es hora de ensalzar mi juramento:
“Te quiero y te amaré, la vida mía.”
El Armador de Sonetos.
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