
Las nubes en cardumen, con ojuelos
alumbran con sus pálidos candores
los rasos adoquines exteriores
testigos por las noches de desvelos.
La dupla de farolas sin capelos
revisten los balcones seductores,
vestigios de infortunio y desamores
de citas clandestinas por recelos.
Se asoma por la rúa de la plaza,
desborda su candor y legitima
su beso con matices de carnaza:
¡-Es Helios-!, con ingrávida calima.
Percibo en la alborada que me abraza
un símil del edén que me sublima.
El Armador de Sonetos.
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