
El hombre no discierne su torpeza
y mira con soberbia rumbo al suelo,
resurge su papel de reyezuelo
si ve del semejante poca pieza.
En trance por medirse con certeza
dirige su mirar en pos del cielo,
la falta de razón y el desconsuelo
se anidan con temor en su cabeza.
El mundo que pisamos es grandioso
y falta compararlo con la estrella
que dicta el derrotero tan sinuoso.
El prístino fulgor con que destella
es signo del mensaje misterioso
que emite Dios, labrado con su huella.
El Armador de Sonetos.
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