
Mi fe se desquebraja al desfilar
los restos de mi amigo en su cortejo,
y duele el corazón en el hollejo
mas debe la razón elucubrar.
Los años que navegan sin zarpar
restregan sus estelas al espejo,
suponen que el bajel se mira viejo
y logran mi congoja amartillar.
Al verla convertida en suave flor
prosigo de la vida enamorado,
y finco mi futuro sin temor
su estampa me ha dejado anonadado
Repito con un beso temperado
lo débil de un “¡Ay Dios!, es el amor".
El Armador de Sonetos.
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