
El alma transmutada y ya contrita
se fuga de paupérrima galera
el frío de la nada no le altera
la llama de la fe, aún crepita.
La albura placidez con que levita
le sirve de mortaja y de bandera
acuña la razón, ¿la verdadera?
dictada en catedral o en la mezquita.
Ingrávido fastidio de momento
resume con suspiros su camino
la historia mostrará sutil fragmento
y el fiel de la balanza su destino.
Restando cada miedo del recuento
increpa la verdad sin desatino.
El Armador de Sonetos.
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