
Donaire y majestad, pureza nuda
pasión que se trasgrede en embeleso,
del fiel admirador, ahora preso
que al cielo se encamina por ayuda.
Sus labios son las olas de la duda
y encallo por su boca si la beso,
rehúyo al frenesí, banal y avieso
que torne de mi vida, vida cruda.
Fulgor que en su mirar me despabila
delirio a la conducta que pervierte,
del néctar que de noche se destila
y pueda provocarme lenta muerte.
Su rostro reflejado en mi pupila
atisba el paroxismo de mi suerte.
El Armador de Sonetos.
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