
El tiempo es un reloj con dos espadas
de un hábil general sin atavío
que impávido y con fieras dentelladas
arredra con la fe y el desvarío.
Las rutas por sus tropas son copadas
quedando del sendero lo sombrío,
y turban la razón con las miradas
del hombre que valiente, siente frío.
Sus pasos trepidantes a lo lejos
se adosan como cardo venenoso,
laceran hasta el alma y los pellejos
de aquél que le resulte sedicioso.
Su sombra la percibo en mis reflejos,
sin duda es cruel amigo y quisquilloso.
El Armador de Sonetos.
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