
Con lúgubres recuerdos de febrero
inicio la mañana, con tu espina,
-saeta disparada con esmero-,
que incordia al corazón y lo calcina.
Vestigios de tu amor, que traicionero
enclavas en el tronco de la encina
aquella, la limítrofe al sendero
que surcas al topar con la colina.
De nada me sirvieron los –Te quiero-
tu forma de pensar es tan mezquina
que ignoras los arrullos del jilguero,
el único testigo de tu inquina.
Tus labios rememoran lo sincero
del beso que te dí, en la neblina.
El Armador de Sonetos.
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