
Imágenes que evocan al suscrito
y plasman en su piel un fino dejo
de etérea juventud, que exhala el mito
del hombre que reniega a ser un viejo.
Su historia en realidad importa un pito
signada la victoria del cortejo
del tiempo, que es fugaz y no infinito
procaz por inefable en su bosquejo.
Con lánguido carácter ya marchito
evita asimilar sutil consejo:
“Olvídate del joven circunscrito
al saco que almacena tu pellejo.”
Contrito por la vista exclama un grito:
-¡No soy el que se mira en el espejo!-
El Armador de Sonetos.
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