
Tu voz que sin quimeras me musita
gemidos celestiales al oído
me logra subyugar y es su sonido
la mezcla de endorfinas exquisita.
No existe la dicción que me permita
narrar al pormenor lo sucedido
tu timbre singular es percibido
y el grado de pasión me resucita.
Eximo a la razón que me consuele
si partes a volar sutil gaviota
con aire de traiciones que te impele
dejando al corazón y al alma rota.
Te escucho por la radio y eso duele...
y tanto, que la lágrima me brota.
El Armador de Sonetos.
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