
Devienen con la tarde mortecina
los últimos fulgores del ocaso
y raudos los luceros sin retraso
emergen con su luz de serpentina.
La senda al caserío no termina
y pides afanosa baje el paso
tus fríos anteceden a mi abrazo
que sellas con un beso en la neblina
Te tiendo suavemente en la maleza
y palpo tu figura escultural
tus labios aprendieron con presteza
caricias que encendieron el zarzal.
Amor que con ternura y sutileza
sembramos para siempre en el trigal.
El Armador de Sonetos.
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