
Pernocta en un silencio de abadía
la prístina hojarasca prisionera
del árbol, bienhechor en primavera,
verdugo del otoño en demasía.
El ocre de su faz es la ironía
de un tiempo desdeñable, que acelera
su nuevo amanecer, y lastimera
la vida con su muerte saldaría.
Su esencia se diluye sin señales
forjando en los sustratos un tesoro,
abono que alimenta a mis rosales,
la planta de la flor que más adoro.
¿Será de igual manera en los mortales?
Del paso al más allá, ¿me reincorporo?
El Armador de Sonetos.
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