
Estoico y fiel soldado en la batalla
cargando con los años, aun ileso
sus ramas atesoran con exceso
el fruto que le cuelga de medalla.
El hombre lo apedrea, lo ametralla
reclama recompensa y sin receso
las nueces buscará, senil sabueso
que apenas y percibe la muralla.
Sus hojas, al otoño consagradas
develan un tesoro de colores,
que funde el horizonte con miradas
tan lánguidas, y gráciles rubores
de tonos y matices de alboradas
que siempre prodigaron resplandores.
Perdón a los lectores
si corto mi soneto aquí de tajo
el beso de mi amada me distrajo.
El Armador de Sonetos.
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