
La noche se perfuma del ungüento
que exhala del azahar ilusionado,
igual que un caballero amartelado
disfruta en madrugada del momento.
Recuerdos de su risa y de su acento,
aromas de su piel y de pecado
del beso, que entre avieso y consagrado
me hicieron un esclavo de su aliento.
Despierto enamorado y aturdido
hilando sus recuerdos en secuencia
que acusa en añoranza su gemido.
Acierto a descubrir con lene ciencia
la causa del insmonio consabido:
la taza de café… y su presencia.
El Armador de Sonetos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario